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La vuelta al cole


Siempre me ha gustado el fin del verano y la vuelta al cole.


Pensaréis que soy rara, y seguramente tendréis razón, pero lo cierto es que saber que todo volvía a la normalidad, siempre me ha reconfortado.


Supongo que el recuerdo que tengo, desde bien pequeña, de volver al cole con la mochila y el material de papelería más bonito del mundo, habrá hecho que asocie este momento del año a algo bonito…a una oportunidad de volver a empezar…


Pero no me puedo engañar, y mi tendencia a tenerlo todo bajo control, ha jugado un papel determinante en esta sensación, y tener más o menos pautado el día a día, tener una rutina, me tranquiliza.


(Sí, estaréis pensando; como a los niños)


Pero este año es diferente.


Estoy preocupada y algo triste.


En casa, durante todo el confinamiento, hemos sido especialmente estrictos con las medidas preventivas recomendadas para evitar el contagio del COVID, y ahora de repente, la NORMALIDAD vuelve, pero me resulta gracioso tener que usar ese nombre, cuando va a ser de todo, menos normal.


Cómo ya os comentaba en anteriores post, soy consciente de la necesidad que tienen los nenes de estar con sus iguales y de ir al cole, pero tengo una lucha interna intensa porque, aunque siento que hago lo que tengo que hacer, también tengo un fuerte cargo de conciencia, porque siento que los estoy poniendo en peligro.


También os he hablado en otras ocasiones del espíritu pragmático de los hombres de mi familia, que son los que en situaciones como la actual, piensan que, aunque con cautela, tenemos que intentar hacer vida normal, porque lo contrario sería no vivirla.


Estoy de acuerdo, creo que hago lo que debo, pero no puedo quitarme la sensación de incredulidad por el trato que nuestros hijos han recibido durante estos seis meses. Han sido recluidos desde el minuto uno, teniendo en muchos momentos, actitudes incluso ejemplares pese a todo…pero para las personas encargadas de gobernar y para los irresponsables que no han cumplido con las normas establecidas, han sido los grandes olvidados.


El New York Times ha publicado este artículo:


Se podría decir más alto, pero no más claro.


Nadie puede garantizarnos inmunidad total; lo entiendo y lo acepto.


Pero los padres hemos hecho un extraordinario esfuerzo por salvaguardar la salud de nuestros hijos y nuestros padres, y yo ahora lo que siento es impotencia y cabreo gordo, porque los expongo a una serie de riesgos que podrían haber sido evitados o minimizados.


Me resulta curioso escuchar hablar de las profesiones del futuro, y que no se haga hincapié suficiente en la serie de habilidades que nuestros hijos van a tener que dominar para poder desarrollarse de manera saludable el día de mañana.


Hasta ahora nos creíamos invencibles, que lo sabíamos todo, que el dinero lo podía todo, …nada más lejos de la realidad.


Todo es efímero, impredecible…


Vamos a tener que enseñar a nuestros hijos a tener que gestionar situaciones de incertidumbre, de miedo, de incomprensión…


Serán las habilidades (mal llamadas) “blandas”, las que marcarán la diferencia, y no tanto los conocimientos sobre un ámbito específico de conocimiento.


Tendrán que ser flexibles, aprender a tolerar la frustración, a gestionar sus miedos y a vivir con incertidumbre.


Lo curioso del tema, es que yo misma tengo problemas con todo esto y tengo que aprender a transmitirles a mis hijos, que esta es la situación que nos ha tocado vivir, y que tenemos que hacerlo de la mejor manera posible dando gracias, además, porque a pesar de todo, somos muy afortunados.


Así que, sí, mis hijos irán al cole, aunque yo por dentro tenga encogido el corazón.


Y sí, aprenderemos juntos a vivir esta situación de la mejor manera posible, para que vean, a través de nuestro ejemplo, que SI SE PUEDE.


Y qué, como diría El Principito “que solo con el corazón se puede ver bien; ya que lo esencial es invisible a los ojos”, y en eso nos centraremos.


Un abrazo y ánimo para todos los que vuelvan!


B.B.

 
 
 

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