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Lo que ellos nos enseñan



Hace dos fines de semana me fui a Madrid con mis padres y mi sobrina a celebrar sus 15 años. Estaba previsto que fuera un fin de semana de chicas, junto con mi tía, pero motivos de salud, lo impidieron.


Lo llevaban preparando meses, porque mi madre quería que este cumpleaños fuera algo diferente, algo que ella pudiera recordar, con cariño, pasado el tiempo y más teniendo en cuenta que la Pandemia había impedido, años anteriores, cualquier celebración. Yo no me apunté hasta última hora, porque se me hacía un mundo irme sin mi familia, aunque fuera solo por una noche, porque no conseguía parar de pensar en cómo se iban a apañar si yo no estaba. Finalmente, y con el inestimable empujón de mi marido, me decidí a compartir con mi “sobri” ese viaje de chicas, con Musical incluido.


Y he de confesaros algo. Casi todos los días bajando algún santo del santoral, acabando las semanas más para allá que para acá, y estando convencida de lo bien que me vendría algún momento de desconexión, de escape de la vida diaria cotidiana, ...pues va y sí, me vino bien poder bajar la guardia y poder desconectar mi nivel de atención al no depender de mí, por unas horas, la salud y el bienestar de nadie...pero la realidad es que eché de menos a mi familia, cada minuto del día.


Adoro ver crecer a mi preciosa sobrina y compartir tiempo con ella. No puedo estar más orgullosa de la mujer en qué se está convirtiendo: tan cariñosa, tan responsable, con tanto sentido común... disfruto de ser testigo de cada paso que da hacía en su desarrollo como persona adulta. Es buena sobrina, pero mejor prima.


Madrid es siempre una buena opción. Es una ciudad tan acogedora y llena de vida, que cada viaje es una experiencia en la que descubres algo nuevo.


Pero...


Eché de menos a mi familia.


Y como siempre, de esta escapada pude extraer algunos aprendizajes y/o conclusiones:


Siempre me ha resultado gracioso ver como mis hijos disfrutan del tiempo que pasamos juntos y como entienden que los cuatro somos un pack indivisible. Utilizan mucho el concepto de “en familia”, “juntos”, etc. y me hizo gracia ver que, en realidad, nada es casual, sino que, en casa, todos, lo entendemos todos así. Y a pesar de todo, y a pesar de que algunos días quisiera hacerme pequeñita e invisible, adoro pasar tiempo con ellos. Ellos son mi compañía favorita.


También me di cuenta, desde la tranquilidad de poder procesar la información con conciencia plena, de cómo, a través de sus ojos, redescubrimos el mundo y las cosas cotidianas y pequeñas.


Me tiré todo el viaje enseñándoles “perretes” a mis padres y a mi sobrina. Y con este tono de: “miiiiiiraaaaa qué perretteeeeee mássss mooonooooo”


Siempre he sido muy respetuosa con los animales, pero he sido reticente con el tema de las mascotas, pero desde que mis hijos nacieron, como a todos los niños, les han encantado todos los “animalitos” del mundo, y los perros en concreto. No ha habido perro con el que nos hayamos cruzado cualquier día, al que no nos hayamos parado a saludar. Y así, en cada “perrete” que veía en Madrid, los veía a ellos saludando tanto al perro como al dueño, presentándose uno y otro, individualmente y/o por pareja...ya que suelen decir mucho: “soy Mateo y ella es mi hermana Sofía” o al revés, a veces con apellidos incluidos, acabando con: “ellos/estos son mis papás”, a veces, también la dirección de casa.


Y así con todo. Cosas en las que antes de ser madre ni siquiera me paraba a pensar y que me he dado cuenta que mis hijos me han enseñado a mirar de otro modo. Es cierto que sobre los padres recae la educación de los hijos, pero también lo es, que ellos nos enseñan de mil maneras, todos los días...son súper espontáneos, nada rencorosos y son tan amorosos...en mis hijos he visto la respuesta a un perdón por mi parte, más sincero, incondicional y tierno del mundo.


Mis chicos sin mí, se apañaron perfectamente. De hecho, creo que les eché más de menos yo a ellos que al revés. Esto me dio tranquilidad. Pensar en qué me marché, pero estaban felices y contentos me gustó. A veces las madres nos sobrecargamos de preocupación al pensar en qué tenemos que estar en todo, todo el tiempo, lo que nos genera mucho estrés a nosotras y seguramente a ellos también de manera inconsciente, y no.…pues va y resulta que se apañan, y que el dejar fluir, también les hace mucho bien.


Así que eso, qué quizás a veces está bien echarse en falta para apreciar lo que realmente tenemos, que es mucho, y qué la exigencia, las prisas, las responsabilidades, el cansancio, etc., de nuestro día a día nos hace, a veces, olvidar.


Montarme en el coche y oírlos no parar de parlotear, peleándose por hablar primero y montándose sus películas con las bolas Pokemon que nos tocó buscar por medio Madrid, fue sentirme en casa, porque mi casa, mi hogar, es donde ellos están.


Un abrazo


B.B.


 
 
 

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