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Lo que no me pase a mí


Sé que os debo entregas de la boda, pero seguiré el domingo, os lo prometo. Creo que me estaba poniendo demasiado profunda y quería contaros lo que me pasó el fin de semana.


En menos de 24 horas me pasaron una serie de cosas, de las que solo me pasan a mí.


Empezamos a última hora de la tarde del viernes.


Los nenes ya habían cenado, yo me había duchado (adoro ponerme el pijama recién salida de la ducha) y de repente, me pareció oír un ruido y bajé. Eran mis padres que habían llegado con mis tíos, que habían quedado por la tarde para tomar algo.


Total, que les saludo y veo que mi padre lleva las gafas de sol puestas, y le digo:


“Papi, ¿por qué no te pones las otras gafas?”


“Si, ahora me las cambio, dámelas” me contestó él.


Y yo me quedo en plan: “whaaaaaaaaaaatt???”


“Papi, te las he dado yo antes de irte. Te las has llevado” le dije yo.


Yo me di cuenta que a mis padres se les empezó a nublar la vista (a mi padre más aun, claro) porque estas gafas son progresivas y valen un riñón, y de repente, noté que se hacía el silencio, pero todos estábamos pensando lo mismo:


“Ay mi madre, que las ha perdido” pensaba yo😥


“Osti, que las he perdido” pensaba mi padre🙄


“Madre mía, que las ha perdido” pensaba mi madre😤


A mí se me ocurrió decir que a lo mejor se le habían caído en el coche de mi tío.


Mi tía, a lo suyo, hablando por el teléfono, mi tío y mi padre buscando las gafas, mi madre intentando no hacer mala sangre…


Yo, que ya me estaba imaginando a mi padre en casa, en plan Stevie Wonder el pobre, y que he visto mucho CSI, decidí hacer de Horatio Caine y me fui en dirección contraria, intentando reconstruir los pasos de mi padre, en el momento en que se habían marchado por si las gafas, en realidad, no habían llegado a salir de casa. Puse en marcha mi visión de rayos láser y empecé a rastrear cada centímetro hasta la puerta.


Nada.


Fui un paso más allá. Aunque no tenía el mando de la puerta, me vine arriba, y decidí asomarme por los barrotes de la verja para intentar ver si se le habían caído en la calle. Intentando ser minuciosa, amplié el rastreo de derecha a izquierda. Como quería ser más exhaustiva aun, estaba agachada para que no se me escapara nada, y cuando concluí que no, que en la calle no había nada y me fui a levantar, resulta que el carril metálico de la puerta (que sobresale cerrada, pero yo no lo sabía) y con el qué yo no había contado…estaba ahí.




Un pico y yo.


¿Qué pasó?


Si, que me di en todos los cuernos con esta esquina.


Me di tal golpe que casi me desmayo.


Y yo: “ay, aaaaayyyy, qué golpeeeee me he dado…aaaayyy” en camisón de Hello Kitty y las zapatillas de ir por casa intentando que alguien me socorriera, pero como cada uno iba a su bola nadie me hacía ni puñetero caso.


El problema es que como soy un poco topo, pues la gente estaba en plan: “vaya hombre, otro más”. Eso que les dices a los niños para que te dejen en paz, pues así.


Total, por si tenéis curiosidad, y después de mucho rato buscando, las gafas aparecieron… en el coche de mi tío!!!


Al día siguiente tenía una patata roja del tamaño del trolebús. Ahí es cuando se dieron cuenta realmente que casi me quedo en el sitio. Pero yo estaba muy digna, en plan: “ya os lo decía yo, uumm”😑


La mañana del sábado habíamos planeado ir a devolver unos zapatos de mi madre. Nos íbamos mi madre y yo con los nenes, porque tenían que hacer unas cosas de bricolaje J. y mi padre, y mejor tener a los nenes lejos.


Total, que cogí el coche de J.


Resulta que a la nena ya le hemos dado la vuelta a la sillita, y está así más contenta que unas castañuelas. Mi hija es muy mona, pero también muy inquieta y curiosa.


Parecía que el viaje transcurría con total normalidad hasta que de repente empezó a pitar el coche…"pi-pi-pi-pi" y veo...PUERTA ABIERTA!... ni corta ni perezosa, la tía había abierto la puerta. No llegó a abrirla de par en par, pero bueno, que no estaba cerrada.


A mí se me salió el corazón por la boca. No podía tampoco parar, porque estábamos en plena carretera!


A los cinco minutos, por fin, llegamos y tras aparcar, mi madre y los niños se fueron de avanzadilla a la zapatería, y yo me tiré de rodillas, en plancha, en el asfalto del aparcamiento, que quemaba tutiplén, y en plan McGyver intenté activar el seguro de niños, porque claro, es que habíamos cambiado la silla de sentido, pero ni J. ni yo, caímos en lo del seguro.


No estaba muy claro el tema de como activar el seguro, y yo empecé a tocar botones como una loca, abriendo y cerrando la puerta para ver si efectivamente funcionaba, cuando de repente me doy cuenta que la puerta no se podía cerrar.


Me quedé blanca.


Mis rodillas ya parecían dos huevos fritos y de repente, fui consciente que no sabía qué había tocado, pero la puerta no CERRABA. Pero lo peor de todo, es que no sabía qué hacer para ponerla normal.


Yo ya me veía teniendo que atar una cuerda a la baca del coche para poder volver a casa.


Entre los nervios, el dolor de rodillas, los goterones que me caían de sudor, me armé de valor para llamar a J. y le enfoqué la cámara para que pudiera hacer una evaluación de la situación, y me dijo que empezara a jugar con la manivela del coche (o como se diga) y el pitorrito de la puerta que hacía que no se pudiera cerrar y no se podía mover. Como me faltaban manos, me tocó engancharme el teléfono en el escote.


Imaginaros el panorama, de rodillas en el asfalto, desesperada, manipulando como una loca la puerta trasera del coche, y mi hijo desde lejos, en la sombra diciéndome a grito pelado; “Mamáaaaa, ¿cuándo estarás preparada para teneeeeer perroooo?”


En fin. Pudimos cerrar la puerta finalmente, pero a mí no me tocaba aún el vestido el cuerpo, del susto tan tremendo que me pegué.


Volvimos a casa, haciendo una parada técnica para comprar helados, para después de comer, y cantando la canción de “La Patrulla Canina” para que no se durmieran.


Comen.


“Heladooo! Heladoooo!”


El congelador, que es de los viejitos, pero tira que da gusto, a veces se queda enganchado y yo, que ya lo que quería era morirme, me hice la forzuda, y tiré de la tapa con tanto ímpetu que la saqué del sitio, y me di en la cabeza (otra vez), en el sitio contrario del chichón del día anterior.




No me lo podía creer.


¿Os acordáis de un programa que hacían hace mil años que se llamaba “Mil maneras de morir” (o algo así)? Yo lo veía con mi hermano, y lo que venían a contar eran muertes que habían sucedido en realidad, pero que no podían haber sido más tontas, por desgracia.


Yo pude haber protagonizado ese programa varias veces en un solo día.


Los días posteriores han sido más tranquilos, intentando ser consciente de que de la manera más tonta te quedas en el sitio.


Un abrazo,


B.B.

 
 
 

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