Mis veranos en Santander
- lobonitodelobasico
- 7 jun 2020
- 4 Min. de lectura

Para los que no lo sepáis, mi padre es de Santander, y toda mi familia paterna, afortunadamente, sigue viviendo allí.
Desde recién nacida, todos mis agostos (salvo pequeñas excepciones) han transcurrido por aquellas preciosas tierras. Hemos tenido la suerte de pasar los veranos, entre casa de mis abuelos, mi tía Elvi y para acabar ya, desde hace muchos años, en casa de mi tía Isa y mi tío Chema.
Por desgracia, este año será diferente. Pero hasta el pasado, todos mis veranos han sido entre tíos, amigos de la familia, rabas, sardinas, montañas, y verde, mucho verde. Un verde húmedo, con un olor tan agradable, como particular.
De niña recuerdo los viajes hasta allí como interminables (mi Bro podría hablaros largo y tendido sobre este tema); cuando no dormía, vomitaba (siempre alternando una cosa y otra). Recuerdo que el año que mis padres estrenaban el Ford Escort vomité casi a cada kilómetro (mi madre la pobre no daba abasto con las toallas). Siempre, cuando llegábamos a la señal de “Bienvenidos a Cantabria”, se hacía como el silencio en el coche y a todos se nos alegraba la cara. El color de las montañas, del mar, los nervios de saberse ya cerca de destino, las ganas de llegar y el subidón de un bonito recuentro…
Íbamos desde una ciudad, un piso, mucho calor, padres trabajando… a un pueblo, una casa, fresquito, lluvia, vacaciones, sin horarios…así que, os podéis imaginar. Mi padre lleva más años aquí que allí, pero sigue siendo muy del norte, orgulloso de su tierra, sus orígenes, su familia, sus amigos y lo cierto es que me hace muy feliz verle tan contento y orgulloso...ver abrazar a sus hermanas, a su mejor amigo Alfonso…me resulta todo muy emocionante y especial.
Recuerdo la casa de mi tía Elvi, mis primos, a Churi (el perro), las gallinas, las zapatillas de cuadros de mi tío Teodoro, ir con mi primo Alberto a recoger la leche…flipaba con las muñecas de mi prima Lourdes, sus Nancys y sus vestidos. Mi tía en la cocina y, o yo era muy pequeña, o tengo la sensación de ser siempre tropocientos a comer. La casa no era la más bonita, ni la más grande, pero era tan luminosa, tan acogedora, tan llena de vida y de luz… Mis veranos pasaban comiendo rabas, aprendiendo a escribir a máquina (mi tía Elvi era profe de mecanografía) y en la tienda de mi tía Isa.
La tienda de mi tía Isa era el sueño de cualquier niña. Tenía una papelería-librería y yo se supone que le ayudaba. ¡Ay madre! Pues menuda paciencia que tuvo la pobre (pienso ahora claro). Le preparaba los pedidos de libros para el curso escolar siguiente, todo el material… ¡buah! Es que me lo pasaba como una enana (básicamente lo que era). Mi tía me compraba Chetoos de queso, y yo abriendo y cerrando la caja registradora; “clinck”, “clinck”...y así pasaban los días. Acababa el verano siempre con mochila nueva, las libretas más preciosas, bolis, lápices…era la envidia de mis compañeras de clase. Mi tío Chema siempre me dice que me recuerda marchándome en el coche de vuelta a Valencia, en el asiento trasero, diciéndole adiós con la mano, llorando a moco tendido (con el mismo problema con vomitar, obvio).
Recuerdo, cuando aún vivían mis abuelos, ir a la playa o al mismo Palacio de la Magdalena de picnic, con la olla de garbanzos y así, todos, a las bravas. Yo tan contenta, y mi padre sin saber muy bien dónde meterse de la vergüenza, pero aguantando el chaparrón como un jabato (es lo que tiene ser el pequeño de tres y el único chico).
Un verano por desgracia, mis padres no pudieron ir porque mi padre trabajaba y mi hermano tenía que estudiar y me fui a pasar unos días con mis tíos Isa y Chema. Poco antes de ir, mi pobre tío tuvo un accidente de tráfico importante, y aunque por suerte a él no le pasó nada, se quedó el coche hecho un moco, y estuvo utilizando la furgoneta de su empresa varios meses. Fue en el año 96, las Olimpiadas eran en Atlanta y nos pegábamos unas panzadas; cualquier deporte que echaban por la tele nos parecía buena opción. A todos los sitios íbamos los tres en la parte delantera de la furgoneta... la verdad es que lo recuerdo como verano genial.
Ahora lo pienso, y no eran veranos de hacer grandes cosas, eran de estar con la familia, comer mucho y bien, de jugar a las cartas, de helados Regma de tres mil pisos, de paseos por el Sardinero, de las rabas en Hermosa, ir a Mazcuerras, las fiestas de Solares y de ver a mi padre feliz como una perdiz.
No sé si habéis tenido oportunidad de ir a Santander, pero os lo recomiendo. Obviamente la sangre tira, y muy objetiva no soy, pero de verdad creo que os gustaría. Tierra de contrastes con respecto a lo que estamos acostumbrados, una ciudad que vive de cara al mar, de gente orgullosa pero cercana y muy, muy acogedora. Mar y montaña, con tradición e historia, y un sitio ideal para disfrutar en familia y con amigos.
Es cierto que solo os hablo de sensaciones, recuerdos, pero creo que, si tenéis la opción de ir, seguro que vosotros también l@s tendréis.
Este año no podrá ser, pero esperaré con ganas e ilusión el próximo viaje que juntos podamos hacer.

B.B.
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